En mitad de la noche, he salido de nuevo de mi tabuco haciendo caso omiso de las señales de advertencia y de los signos de peligro. Al amparo de la oscuridad y de las sombras, mientras duermen los demás, asistido tan sólo por una pequeña linterna de bolsillo, mi cámara de fotos, un bolígrafo y mi libreta de notas. Aunque amo los contrastes como el motor de mi vida que son y aprecio también la media verdad y a regañadientes de la noche, soy lo que se podría decir, una afanosa y agradecida criatura de la claridad, de la luz natural del Sol.
Mientras duermen
Pero he de admitir, que prescindiendo de las primeras horas en las que van apagándose y se van ajustando progresivamente los ritmos frenéticos y en ocasiones desnortados de las gentes hasta que la actividad declina casi completamente, ya bien entrada la oscuridad, resulta pacificador y revelador mirar a las cosas y a las personas a la cara mientras duermen. Y participar de esa distensión total de la musculatura y del decaimiento de los artefactos quietos e inertes, que trata de revivir en un caso y simular en el otro, la paz uterina recién abandonada de un nonato o la de un afortunado ignorante de la totalidad de las estridencias del mundo.
Aunque seguramente, si alguien me descubriera de pronto a estas horas intempestivas de proscritos, convictos y maleantes, con mi caminar siempre errático, dubitativo, como el de un pez desorientado, se preguntaría sin más:
“¿A dónde irá el ladrón?”.
En algo no obstante tendría que dar mi brazo a torcer y darle la razón. Porque me adentro de nuevo en la ciudad como un marginado pero numerado, como un etiquetado pero ignorado. Para recuperar lo que me corresponde por derecho propio después de tanto tiempo con mis libertades coartadas y cercenadas, para recuperar lo que es mío por genealogía y por delegación de cuna, por haber trabajado con tanta dedicación y con tanto esfuerzo hasta ahora: mi memoria.
¿Y para qué? ¿Qué es eso que llamo mi memoria?
¿No la tengo ya dentro de mí? ¿Mi memoria no es ya en mí y conmigo? ¿Soy yo mismo o es una parte completa e íntegra de mí, definitoria?
¿La memoria no es lo mismo que lo que recuerdo de lo vivido, ya sea a través de imágenes, de voces, de aromas, de sabores o de texturas?.
Lo que recuerdo, los recuerdos, no son más que destellos a veces incluso impropios, imágenes y datos inconexos, trampantojos o menos aún, su reflejo. Los recuerdos son armas que nos arrojamos indiscriminadamente muchas veces unos contra los otros y peor aún, que me lanzo contra mí mismo. Los recuerdos suelen ser huérfanos, una piedra en pleno vuelo sin más, dispuesta a desintegrarse en dicho vuelo o a chocar violentamente contra algo. La memoria es en cambio el material, la placenta o el origen, la energía y el aire que rodea la piedra, un continuo físico y emocional aunque a veces discurra soterrado. Es el espacio donde ocurren esos recuerdos, antaño sucesos y experiencias, donde cobran vida, donde se actualizan y sufren la inexorable distorsión de los sentidos.
Pero mis recuerdos no son también más que un residuo accidental de mi memoria, que no es otra cosa que lo que pretende ser autobiografía.
Las personas somos tal vez animales autobiográficos -que decía el escritor.
Aunque no la escribamos, necesitamos glosar nuestra biografía de alguna manera, mantener una correspondencia entre lo que datamos y lo que sentimos, y no una mera concatenación de hechos discretos ordenados cronológicamente. Esa es la coherencia de mi biografía, de mi autobiografía.
Quiero recuperar mi memoria después de tanto tiempo castrado y coartado. Y la memoria va más allá de los datos, de los números, de la información, de las consignas. Así que salgo y camino mentalizado de la responsabilidad que he adquirido para conmigo.
Está lloviendo y me desnudo completamente para dejar que la lluvia me caiga encima y moje mi piel. Está fría y ese contraste me hace sentir los puntitos de las gotas y las rayas cuando resbalan. Me acuerdo del lenguaje en Morse -qué gracia- que escribe sobre mi piel esta vez. Y anoto en mi libreta:
“Soy el único responsable de haberme alejado de la naturaleza, aunque a veces salga a mi encuentro”
Sigo caminado y veo unos titiriteros que se despiden tras una borrachera, que se debaten entre la locura de los adultos y la cordura de los niños. Son actores desubicados o defenestrados y apañan su despedida con una pequeña representación teatral con un atrezo mínimo y una pasión máxima, y anoto:
“Soy el único responsable de haber elegido o no mi propia realidad, aunque muchas veces adopte el personaje de víctima”
Unos pasos más adelante, el olor del candeal caliente y sabroso me hace detenerme en el frontispicio de una vieja tahona donde unos afanosos hombres de leño están sacando del horno con mimo y suma destreza el pan recién hecho, y anoto:
“He venido al mundo a crear, como único medio de conocerme a mí mismo para así poder de verdad conocer a los demás. Y soy el único responsable de conformarme sencillamente con lo que hay o lo que me ponen delante”
Me subo después a un autobús taciturno que discurre casi vacío y los pocos viajeros me miran de soslayo, pero nadie se atreve a saludar. Marchan o salen de un trabajo nocturno y no se sabe quién comienza la jornada o marcha a dormir ya. Y anoto:
“Entre existir, ser y estar, media a veces un abismo muy doloroso, y yo soy el único responsable de poner orden y salvar esa distancia, esa coherencia personal entre contenido, continente y acción”
Termino mi recorrido ya por la mañana, a la puerta de un colegio, con mi aliado el Sol ya dispuesto, y veo a los niños a través de la ventana sentados en sus pupitres, siguiendo el guion, el orden, como robots a veces y como maniquíes o saltimbanquis maniatados otras. Y anoto:
“Es importante aprender y recibir una educación, pero más importante es cuestionarla, ponerla en duda y permitirme equivocarme, de lo cual, yo soy el único responsable. Es importante e imprescindible, dar saltos, bailar, colorear sobre el papel, escribir historias sin pensar, de forma desatada, reír y cantar canciones. Al margen del rigor de la sintaxis y de la eficacia objetiva de los números”
Efectivamente, recordaba todas estas escenas, pero estaban perdidas, como pedazos de cristales rotos y escindidos en algún lugar remoto de mi memoria, a la que sin acusar, interrogo entre condescendiente y retórico:
Dime, memoria,biografía silenciosa, secreta y opaca,que guardas sólo el eco azul de mis palabras.Dime si reconocesestas manos que te acarician cuando escriben,Dime si es que aún me perteneces.¿De qué murió mi vida?Dime si lo sabes, tú que la conociste bien.No es que no conserve aún sus heridas,No es que no siga sintiendocómo cede el peso y el calor de su cuerpoque se desangra como se deshoja una flormientras se arrastra desnudo por el sueloSi me siento huérfano mas no abandonado,ni triste o alegre, ni colmado o aliviadopero me contemplo desde lejos olvidadocomo me veo ahora lúcido en el espejo …¿No sería entonces tan sólo un arrebato,el plagio de alguna de mis muchas muertesque amanecieron tempranas?Quién tomó mi lugar de ser intermitenteque atravesó la niebla y cruzó el puente.Y fingió mi sueño, mi mirada, mi figura.Quién me vivió por momentoshaciéndome creer que era mi propio refugioen los escombros olvidados de mi hogaro de la fuente en que me disuelvo.Calla, memoria, biografía ausente,si solo vas a decirme lo que quiero oír.Calla memoria o dime quien me vivesin vivir ni soñar en mí.
“Mientras duermen” – diario consciente
– Lucas JM
Poema: “Dime memoria”
– Lucas JM
“Una cabeza sin memoria es una plaza sin guarnición“
– Napoleón Bonaparte
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Me ha encantado, me veo sintiendo lo mismo estos días tan sin memoria. Deseando leer tu próxima publicación.
Muchas gracias. Es fantástico poder conectar a través de la imaginación, la literatura y las emociones. Muchas gracias por tu tiempo, tu compañía y tus palabras. Un abrazo grande …. “oveja” 🙂