El miedo, es inocente, lícito, natural, e inevitable en un grado mínimo. Nos protege de posibles peligros, pero nos avisa también de otros que no existen ni existirán nunca: nos sobre-protege (es así, viene programado desde nuestras andanzas e incursiones en los peligros y la incertidumbre supitaña de la selva). No hay nada reprochable en tener miedo, pero en todo caso, cada uno de nosotros, somos los únicos responsables sobre qué hacer con ese miedo. Es lo que marca la diferencia. No somos responsables de lo que sentimos, ni de lo que pensamos, solo de lo que hacemos, que es donde verdaderamente tenemos capacidad de intervenir para modificar. Y de manera indirecta, al “hacer”, vamos modificando nuestra forma de sentir (emociones), y al cambiar está, cambia nuestra forma de pensar, y al cambiar ésta, renovamos fuerzas y motivaciones para volver a actuar de otra forma que nos aproxime más a lo “nuestro”. Hasta encontrar un equilibrio entre mi miedo y mi calma.
Este ciclo, como todo aprendizaje, no termina nunca, y se recorre en ambos sentidos. Y sólo puedo modificar su curso vertiginoso desde el “hacer” para poder así afectar a las otras dos facetas que son sentir y pensar.
Mi miedo y mi calma, se nutren de mi capacidad sobre saber elegir qué pensar (no sobre cambiar el pensamiento en sí mismo a voluntad y nada más -cosa, por cierto, imposible) y se modifican con la determinación en la decisión sobre qué hacer “coaccionada” por esta elección. Esta retroalimentación que se puede producir en ambos sentidos de este círculo de trayecto infinito e invariante, no terminará nunca si no intervenimos por voluntad propia, intencionadamente.
Mi miedo y mi calma
Alcanzar la consciencia y la voluntad que supone darse cuenta de que estamos en la espiral, requiere de un entrenamiento para que cada vez se produzca antes esa ruptura, antes de que nos lleve a la angustia, al terror completo, al paroxismo. Podemos llegar por otra parte a una percepción más racional de nuestro propio miedo, no solo actuando, sino al constatar, que su intensidad aumenta sin que se produzca ningún cambio externo y sin que ninguna posible fuente -aun por determinar si existe, incluso- pueda contribuir a ello, ni tampoco a nuestro malestar físico como manifestación en nuestro cuerpo de esa emoción. Mi miedo y mi calma, son mi responsabilidad, para lo cual, es importante aprender a saber elegir qué pensar.
“A lo largo de la vida me ocurrieron miles de cosas terribles. Y sólo algunas de ellas fueron verdad”
-Mark Twain
Doy por hecho, que todos hemos pasado alguna vez (más de una, lo apuesto) por alguna situación de miedo o angustia, “disparada” de forma automática -ay, ese reptiliano, por la interacción con otra persona: nos habló mal, a gritos, o con malos modos; intentó cosificarnos con su violencia y su agresividad en lugar de tratarnos como persona-a-persona. O bien nos metió el dedo donde sabía que estaba nuestra flaqueza; o se aprovechó de alguna grieta emocional que advirtió en nosotros. Quizás ninguneó nuestro trabajo Y nos reprendió por meter la pata negándonos el derecho a la propia experiencia en sí del error y de la falibilidad humana. Etc.
Y podemos pasar por esta experiencia sin más, y no aprender, como el que viaja a Roma y solo se queda con las “piedras” y punto y pelota, o podemos pararnos a mirar dentro de nosotros (ahí está siempre la respuesta). Y darnos cuenta de qué nos ha sucedido, que resonó en nosotros, cómo es posible que unas simples palabras de un “supuesto semejante” nos afectó tanto que creímos casi que nos acechaba una muerte prematura, una muerte emocional que anticipaba una física. ¿Qué pasó con nuestras emociones?. Podemos escuchar y atender a nuestro cuerpo.
Porque lo que le pasa al “otro” es siempre cosa del “otro”, de su cuerpo y de su mente.
¿Qué pasa con “lo mío”, con mi miedo y mi calma?
Así que, cuando sufro, me inquieto, me desestabilizo, o cuando me pierdo, “me miro” lo “mío”. Porque es mi competencia, y mi responsabilidad. Y es por tanto lo que me hace libre y no estar sujeto a los vaivenes y los caprichos de ese “otro”. Responsabilidad y libertad están correlacionados, van de la mano. Cuando más quiero de lo uno, más tengo que asumir de lo otro.
Y en esto que constato que mi afición a la montaña me ha ayudado con creces a solventarlo. Porque me imagino a menudo en esas alturas, en medio de una ventisca y/o haciendo equilibrios entre las rocas, con ese ser superior y engreído enfrente. Lo observo hablándome con desprecio y soberbia, como si el universo girase en torno a él. Y me lo imagino como yo, una mente como la mía y un alma a la intemperie como la mía. Una mente que se siente insegura, sin más, desnuda con sus miedos y sus traumas, intentando defenderse de no sé qué historia que se ha fabricado con lo más fácil que tiene a mano (porque no sabe hacerlo de otra forma, o porque es un cabrón-retorcido, a saber), el ataque al otro, a su espejo –a saber. Pero que está tan indefenso o no como yo ante la evidencia y la contundencia de la naturaleza y de la vida, en la que en esencia, todos somos iguales (ante su ley). Y entonces, compruebo cómo ese miedo se diluye, se difumina en el paisaje y vuelvo a “mí mismo”, al hogar, suavizando mi violencia y mis más rencorosos pensamientos.
Y me acuerdo entonces
de una aseveración que creo que leí de Albert Camus, donde venía a decir, más o menos con estas palabras que
“el único tema realmente serio y relevante para la filosofía, es el suicidio”,
y que en este caso, por no ir a un extremo y aliviar, cambio por la muerte.
Así que, mientras que llega y no llega, que llegará, no espero simplemente. Más bien, aparco las tribulaciones y las menudencias exegéticas con las que me distraigo y que me apartan de la visión de los fabulosos paisajes que tengo delante. Y respiro verde y trino. Diez intensas y profundas veces las primeras, y como un resorte natural, las siguientes.
Y es que, estar en contacto con la naturaleza, es lo mejor y más natural (toma pleonasmo) para la vida. Para vencer mi miedo y alcanzar mi calma.
“Mi miedo y mi calma”
Lucas JM
¿sabes que la mayoría de las veces, el miedo no es más que el miedo al miedo?
¿De qué “material” crees que está hecho este miedo?
¿Sabes que enfrentarse a él requiere aceptarlo para así poder iniciar nuestro entrenamiento para identificar si realmente es plausible y real?
¿Te excusas demasiado por el miedo para no hacer algo? en este caso, ¿Te das cuenta de que te excusas sólo contigo?
¿Alguna vez has pensado de que la raíz de todos nuestros males individuales está en el miedo?
¿y de que ese miedo sumado individualmente es el mal de la sociedad entera y que nos lleva a todos los problemas que tenemos como sociedad para tolerarnos y aceptarnos y vernos como semejantes?
ig: @saculbitacora
tw: @saculBitacora
lucasjimenez@youbeart.com
https://www.facebook.com/saculbitacora
https://www.facebook.com/SaculJM
La de cosas fascinantes que ocurren «al otro lado del miedo». La vida es miedo, porque en cada acto que hacemos, siempre hay un porcentaje de posibilidades de que salga mal. Pero también de que salga bien. Si la vida fuera como una ciudad,en ella hay calma en forma de árboles y miedo en forma de farolas. Cambiar a través de la ciudad sin permanecer estáticos. El agua que corre tiene vida y la que no se estanca y se pudre. Eso ocurre con el miedo, que nos pudre por dentro si no lo dominamos.
Hola, Ángel
El miedo forma parte de la vida, nos mantiene con vida, es necesario un poco de miedo para mantener una alerta mínima. Pero si nos excedemos, estamos apartando muchas cosas maravillosas que se resumen en amor. El miedo es incompatible con él. Por otra parte, más que dominar el miedo, se trata de no entrar en lucha con él … ¿Tengo miedo? vale, lo acepto, pero soy consciente de que la mayor parte de las veces lo que promete está en mi imaginación. Por lo tanto, actúo y no me privo de hacer eso que me hace feliz. Y si realmente hay un problema objetivo, también puedo actuar sin con ello puedo evitar ese peligro.
Por suepuesto, el miedo te pudre por dentro, te lleva a estancarte si no “haces algo”. Cada uno sabe como o qué tiene que hacer, sólo tiene que dejarse sentir y seguir los dictados de su corazón (la cabeza está bien para la aritmética, la lógica, etc … pero en determinadas situaciones, es mejor que no tome el “mando” 😉
Ser valiente no es no tener miedo, sino hacerme cargo de él y actuar responsablemente.
Gracias mil por comprtir tus sensaciones y emociones aquí. “Hay calma en forma de árboles y miedo en forma de farolas”- Bonita metáfora ….
Un abrazo grande, Ángel (()). Siempre
Yo respeto al miedo tanto como al coraje o a la libertad … siempre es bueno una pequeña dosis de el… Yo se que muchas veces te has percatado de esa dosis extra de adrenalina que agudiza tus sentidos y eleva los latidos y te hace incluso más consiente de ti mismo….
Quizás, si mirásemos al miedo con más curiosidad que … vaya .. miedo! -sí, se enroscan aquí los verbos, es recursivo-
El miedo puede ser también un impulso motivador, cada uno será responsable de aprender del suyo propio y descifrar que
quieren decirle esas taquicardias, esa adrenalina … ¿es un aviso real? ¿es un falso positivo? ¿es un “fake” de mi mente? …
Un abrazo grande, Alexandra ()
Me encanta porque me veo, veo mis pensamientos y sentimientos en tus palabras. Añadiría que el miedo provoca cosas en nosotros como el Pre-ocuparnos (preocuparnos de las cosas antes de que pasen) o que a veces también nos obliga a tener conversaciones con nosotros y nos convence de que lo real es la peor de las opciones y nos autosaboteamos sin saberlo, sin quererlo… besos
Hola, Mamen …
El miedo nos suele hablar generalmente de cosas que no van a ocurrir nunca, salvo en nuestra imaginación. Así que, el esfuerzo está primero en cribar la “categoría” del miedo.
Si es producto de la imaginación, actuar sí o sí. Y si no lo es, si es un miedo real por una situación real comflictiva (no predictiva o anticipativa ni una rémora del pasado) hacer un paso previo, que es evaluar antes nuestras capacidades, si compensa, etc
“En la vida me ocurrieron miles de cosas terribles, y algunas de ellas fueron verdad” – Mark Twain
Un abrazo grande (). Siempre
Cuando era pequeña me paralizaba, Era grande, frío. ensordecedor y recurrente. Solía inventar historias para calmarlo y calmarme, poder respirar y hacerlo pequeño, un poco más insignificante. A veces lo conseguía, no sé cómo, y otras me convertía en estatua de mármol. Hoy esto no ha cambiado demasiado aunque nos miramos más a los ojos, sigo inventando historias que me devuelvan la sangre, las arterias y la piel. Creí por un tiempo encontrar el antídoto para arrinconarlo, darle dos ganchos ingeniosos y que con un toque de humor no se levantara más, pero parece que tener vis cómica no es tan sencillo. Finalmente he optado por intentar conocerle, hablo con él, le escucho y de vez en cuando hasta me sale un chiste, se ríe y de repente me parece un viejo conocido, pesado, coñazo pero familiar. Habrá que seguir subiendo a las alturas, respirando verde, haciendo equilibrios sobre las rocas o retando a la incertidumbre hasta que llegue el día en que se aburra y no sepa ya ni qué decir. Besos y un placer leerte.
Hola, Laura,
“Cuando era pequeña” …. sólo con esto, ya has dicho bastante. Si somos niños, y nadie atiende y escucha nuestro miedo, se convierte en trauma, lo que lo convierte en recurrente cuando somos adultos, en la bestia que nos acompañará sí o sí en muchos momentos en que ni entenderemos por qué está ahí, por qué regresó, en forma de sensaciones y emociones, muchas veces “huérfanas” en el sentido de que ni seremos conscientes de por qué se disparó si aparentemente no somos capaces de constatar algo objetivo para justificar ese miedo. Y muchas veces ese miedo, cuando somos niños, lleva a “muertes emocionales”, que son como las físicas, pero que no llegan a materializarse, claro, pero sí en la “psije” de un niño.
Vamos creciendo y este miedo se convierte en una responsabilidad nuestra ineludible cuando somos adulto. Somos responsables de qué hacer con él, ya no sirve mirar para otro lado. Ahora, nos conviene mirarlo a la cara como dices, intentanto conocerle, para desarmarlo, hasta descubrir su impostura. Y es que el miedo, “solo” está hecho de eso, de miedo, y se puede disolver si se le sabe aguantar la mirada, es cuestión de entrenamiento -afortunadamente-, lo que nos convierte realmente en libres y nos asegura que está en nuestra mano ser felices.
Así que, fuiste muy valiente cuando eras una niña, y de esos barros, estos lodos.
Placer leerte a tí, y gratitud por compartir aquí con todos los que acudimos a este “rincón” literario tus emociones, tus reflexiones, tus palabras.
Un abrazo grande (). Siempre