El arte, además del trabajo, de la inversión en esfuerzo y tiempo que supone, como cualquier actividad humana, requiere de una entrega emocional y psicológica extra, intensa. Posee por tanto, además de un valor intrínseco cuantificable como recompensa a esa “inversión” tangible y mesurable, otro valor añadido a éste, asociado a esa otra entrega intangible y que está sujeta para bien y para mal a parámetros y vaivenes de estereotipos y tendencias de mercados, modas, subjetividad, percepción, estado de ánimo, etc.

Pero sea cual fuera este resultado final, una vez concluido el proceso que materializa la obra, la parte intrínsecamente “no útil” de esa obra y que corresponde ya al territorio de lo anímico y espiritual, del arte, de lo metafísico, emocional, abstracto, etéreo, esa parte que pertenece sólo al ámbito íntimo, privado y único de quien contempla y experimenta, es de donde emana eso que llamamos belleza.

Y aun así, no sin cierto pudor, deseo poseer esa belleza inasible, o confundirme con ella, o bien ocupar su lugar quizás pasados unos minutos de contemplación. Pero esta belleza genuina solo tiene sentido en el presente. La belleza es aquí y es ahora, no es posible retenerla, almacenarla, aplazarla. Es ya.

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La belleza es aquí y es ahora

Cuando contemplo la Alhambra de noche desde este lado de la orilla del Darro, en lo alto de la colina de Al-Sabika, quisiera estar detrás de esas pequeñas ventanas vagamente iluminadas en los minaretes, leyendo un libro, escuchando un laúd o una quena, o los microlatidos superpuestos de los chorros de las inquietas fuentes. O más aún, ser la misma Alhambra, incluyendo su cuota de cielo abigarrado de nubes, su correspondiente huerto de estrellas, la precaria ración de reflejo lunar que la delata, la vegetación sobre la que asoma y la misma penumbra que la envuelve junto con el viento que ondea y tremola sus banderas y el pedazo de loma que la sostiene.

Cuanto más tiempo pasa y más enfoco, más se confunde mi ser con lo que contemplo, de manera, que todo lo demás que me rodea en un primer plano desaparece completamente, tanto física como experiencialmente.

Pero si cediera, voluntaria o involuntariamente a ese deseo casi mitológico o a ese impulso místico de querer convertirme en eso que ocupa mi visión y mi consciencia, ese arrobamiento de “estar allí” o “ser eso”,

¿Cómo podría seguir disfrutando o dando realidad a lo que hacía un momento me proporcionaba y prometía mi mirada?

¿No debería conformarme y apaciguarme en esa misma promesa y quedarme ahí?.

¿Seguirá manteniéndose para mí la misma garantía de percepción con solo echar mano del recuerdo estando ya en ese otro lado de la oferta de el espacio y el tiempo?.

Porque una vez dentro o subido a esos muros, sólo mi propia fe en lo que fue mi propia mirada un instante anterior, podría reemplazar a la percepción que tengo actualmente, pero que no tendría la misma fuerza, no sería por mucho tiempo sostenible. Me traicionaría completamente.

Esto me ocurre con cualquier paraje natural, con un castillo, con una montaña, un jardín, o con la terraza de un palacio, la estancia acogedora y fantásticamente iluminada de un restaurante, … es igual. Y es inquietante.

Y sucede, que mi ser quiere estar allí, ocupando el interior de ese sitio que me turba por su belleza y su magia. Pero sé, que una vez allí, mi visión no será ya la que tengo ahora, sino que desde ese lugar donde puse la belleza, estaré contemplando el lugar desde el que observo hacía unos instantes. Habré destruido lo que quería justo en el momento de intentar alcanzarlo. Puede que confunda belleza, con una huida de mí. O puede que la belleza no estuviera allí, sino en mis propios ojos y mi alma. Me aturde este encuentro-desencuentro, este inquietante e irresoluble juego de espejos.

Sí, me ocurre también cuando paseo sólo por Madrid y paso por delante de esos restaurantes tan sugerentes, con esa decoración tan escénica y meticulosa como recreando una emoción concreta. Y pienso, “como me gustaría estar dentro, contigo …”, y al momento me desmorono, cuando me imagino dentro, mirando hacia la puerta desde donde yo miro ahora, al otro lado de este plano.

Así que, alcanzar esa belleza, hacerla mía fuera de lo que es la pura contemplación, se me antoja una ficción, una contradicción humana universal. Alcanzar o ser la belleza no responde a modificar ninguna distancia física ni temporal. Corresponde sencillamente al momento en que soy consciente, al momento presente en que la percibo, la fabrico, la siento y la sostengo. Solo es posible aquí y ahora, porque la auténtica y genuina belleza no tiene cabida en ningún negocio, en ninguna escala de valores: no se puede almacenar, aplazar, ni poseer. Mi subjetividad y mi propia incertidumbre, la avala en una contradicción redonda.

No es el cuadro, no es la partitura, no es el libro: es solo el momento en que yo escucho, el momento en que miro, el momento en que leo.

“La belleza es aquí, es ahora”
-Lucas J M

¿te sucede alguna vez estas sensación de pérdida al mudarte al lugar de esa belleza que contemplas?
¿O lo pasas por alto?

foto y texto: Sacul Bitácora

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