Se lo decía a mi amigo:
-Esta mujer, tiene cara de teatro, mirada de escena y palabras de catedrática repostera.

-¿Y eso que es? -me replicaba.

– Pues que, esta mujer no aprendió ni forma parte del teatro, sino que era puro zumo de teatro, de luminosidad, de arte insurrecto y desaforado.

Elegía a Rosa María Sardá

Elegía a Rosa María Sardá

Iba por completo su alma en su interpretación, elevada a altas cotas de ingenio y versatilidad. Algo genético, quien sabe. Su infinito repertorio de muecas, el timbre y la cadencia de su voz, la autoridad cultural no ejercida pero implícita en su sabiduría, su cordura y la coherencia más absoluta. 

Podría haber sido, mi “tita” preferida si ella hubiera querido. Para verla sí o sí cada semana e impregnarme de ese amor a la vida que era un desparrame cada vez que la escuchaba en cualquier noticiario, programa, artículo.

Rosa Mª proporcionaba también un camino directo de descubrimiento de la ternura y de las tardes apacibles aunque lloviera y tronara. Por sendas recién abiertas pero fácilmente transitables, sin señales, sin normas, sin tapujos.

Ya sabemos, los que sabemos, que el humor es síntoma de inteligencia, y si encima el humor es inteligente, entonces no es suficiente con quitarse el sombrero.  Porque, Rosa, eres un sello, una denominación de origen, un misterio irresoluble como los que mantienen entretenidos infinitamente a los matemáticos. Ay, ¿quién se atreverá a copiarte? La tentación es fuerte y el modelo inalcanzable. ¿Quién te podrá rozar?

Te descubrí en el blanco y negro del televisor, uno pequeñito como una caja de galletas, de esos que aún no admitía órdenes a no ser que te incorporaras de tu silla y te acercaras con voluntad e intención. En un programa que presumiblemente, aun no era para niños. No por ninguna cuestión de moral o de ética, sencillamente, porque no era un programa infantil de dibujos y canciones edulcoradas donde a los peques se les hablaba como si la sintaxis y la gramática ortodoxa fuera cargada de alcohol como un orujo.

Pero yo lo sabía, sabía que tenías algo. Algo que no encontraría luego en ningún libro, en ninguna canción, en ningún tebeo, en ningún comic, en ninguno de mis viejos héroes. Eras el preámbulo y el preludio a una nueva categoría de mi vida a la que me aferraría posteriormente con pasión. La de la imaginación desorbitada, la literatura redentora, la fantasía no aplazada y sin vergüenza, la exposición sin filtro de un sintético avatar que lo contaminara o lo falsificara.

Termino ya. Tengo delante mientras escribo, un árbol enorme cuyas ramas cimbrean en este extraño día de primavera moribunda y rampante. La tenue luz no es la esperada en estos días, ni la temperatura. Yo quiero pensar que lo estás atravesando.  “Ahí te quiero ver” – siempre.

A Rosa María Sardá, con cariño, respeto, reconocimiento y gratitud infinita

 

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Lucas JM Noticias

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