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La Generación de los cincuenta llegó al séptimo piso enclaustrada.
En los memes se autonombran como la generación de oro, tal vez si hubiera de plata, de bronce, de cobre, de aluminio, de alambre o de hilo de coser encontraríamos una buena razón, pero…
Elección – La mejor generación es la que nos toca vivir.
Se dicen creadores del Rock, de la fibra óptica, de los satélites artificiales, del láser, del microprocesador y del corazón artificial, pero en la de nuestros abuelos, a finales del siglo XIX, se generó la electricidad, el automóvil y el avión; en la primera mitad del XX aparecieron el modernismo, el expresionismo y el surrealismo, y los creadores de más atrás nos entusiasmaron con la música barroca, la clásica y el romanticismo.
No, no creo en la generación de oro, profeso el dogma de la pregunta, del cuestionamiento constante, de la interrogación que aún puede dibujarse en el rostro del viejo que indaga acerca de sus relaciones, de las tareas hechas; de las respuestas de la vida, aunque no las hayamos encontrado. El piso no importa, la existencia adquiere sentido cuando los secretos y sus misterios siguen, cuando le damos el visto bueno a la labor cumplida con el guiño del ojo que desde su rabillo ve que Algo Pasa y que Algo Viene.
El retiro involuntario da fuerza al intelecto para encontrar nuevas oportunidades y gastarlo en un trastorno septuagenario en búsqueda de nuevos fines, el pensamiento se chifla en un trastorno productivo de ideales, de pensamientos nunca vanos.
Los yerros, las caídas y hasta los deslices adquieren en este piso matices diversos: la ira, domeñada, monta en cólera a horcajadas, y al trote y al galope, en una diversión amorosa, recorre el carácter y lo aplaude.
La soberbia ya no es la altanería de la petulancia, es la seguridad encontrada en los peldaños caminados con toda la gama del trayecto: sinuoso por el vado, fácil en el vértice.
El impulso hacia la decisión, correcta o no, define en este piso la calidad de la libertad; la envidia ya no delimita la actitud, es la posibilidad de elegir la que guía al pensamiento.
De la lujuria ni hablar: es presencia y esplendor. ¡Y no, no hablo desde la memoria!
Una vez que salgamos del claustro arribaremos a la Nueva Normalidad, y lo haremos como todo aquello que bautizamos como nuevo: mucho más viejo que lo hecho recientemente. Sufriremos cambios en la forma, pero en el fondo seguiremos tan tradicionales como la pereza, acaso deformada por el amodorramiento de la inmovilidad; la gula aspirará a ser mitigada y la avaricia resurgirá con el impulso del protagonismo de la historia.
Sólo me permito sugerir, para que la glotonería alcance su mejor esplendor y para hacer del tiempo el aliado ideal del disfrute, que en el bar y en la cantina, en la taberna y el café, se instale la moda del tiempo exacto para disfrutar del trago; en la mesa, los comensales cronometrarán su libación exactamente cada equis minutos con exactamente la misma cantidad de infusión. Amén de gozar de la charla ininterrumpida por los equis minutos de espera, el espectáculo será excelso cuando todos a la vez saboreemos del regocijo del trago y de la vida. Tal vez esto se convierta en una verdadera nueva normalidad.
No hay nada más viejo que lo bautizado como nuevo.
La Generación de los cincuenta concluirá su peldaño disfrutando de su capacidad para elegir su normalidad.
La mejor generación es la que nos toca vivir.
Adalberto Martínez Arias
La mejor generación es la que nos toca vivir. Definitivamente. Gracias por haber elegido vivir ésta, compartiendo siempre lo mejor de ti, mi queridísimo Adalmuerto.