Pensaba esta mañana, y no es la primera vez, en lo pegadas al suelo que están nuestras vidas. Y en la libertad física que le concierne a ésta. Y por extensión inexorable, la espiritual y emocional. El suelo no es sólo lo que tenemos por debajo por azar. Es un límite, una red y una advertencia también. Durante unos segundos, me ha angustiado caer en la cuenta, de que no podemos acceder libremente todo el aire sobre la tierra que pisamos, no podemos navegar en él.
El aire sobre la tierra que pisamos
Ese muelle que llamamos gravedad, que hace que tengamos siempre los dos pies o al menos uno en contacto con la superficie. Y entre medio paso y medio paso, la ilusión de que despegamos, de que volamos. Pies a tierra, o las rodillas hincadas, o el cuerpo entero reposando. Siempre a tierra.
¿Es mío esto, esta sensación, puramente mía? ¿O no me hubiera acuciado esto alguna vez si no hubiera sido porque me rodean y me fijo en las aves?
Vistos desde kilómetros de distancia en altura, desde alguna de las remotas capas de aire más o menos impracticable que nos rodea, o desde las proximidades de la Luna, no somos más que otra pátina, amalgama biográfica oxidada e indistinguible de nuestro propio planeta. Adherida a ella. Una delgada capa de pintura en el macizo redondo del planeta, y que no es más que la representación física de esa obsesión redonda que es la vida.
Desde esa distancia, no se percibe nuestro movimiento, ni individual ni colectivo. Somos una alfombra de musgo inmóvil y casi inalterado -pero no inalterable- en las medidas de tiempo humanas. De esa capa, sólo escapa la poesía o las aves, auténticas promesas de la belleza en el tiempo geológico pasado y por venir.
Realmente, no podemos movernos sólo con nuestro cuerpo, sin intermediarios, fuera de un plano al que estamos atados y al que se someten y se circunscriben todos nuestros esfuerzos, todos nuestros anhelos, todo nuestro devenir cotidiano. Constreñidos, arrastrándolo por dicha superficie y arrostrando nuestra alma que a duras penas y solo a veces intenta seguirlo.
Y cada medio y medio paso, otra vez. La sensación de que soy libre, de que despego. Sístoles de ilusión, diástoles de aterrizaje y aceptación. La pretensión inconsciente del vuelo, de abandonar la cuna, la seguridad. La fantasía de romper en un paso de baile no premeditado, con la tiranía del suelo.
Cualquier obstáculo que venga hacia nosotros, cualquier imprevisto, venga de frente, de lado o de espaldas, sólo es evitable si nos movemos en cualquiera de las direcciones del plano que me retiene. Puedo dar un pequeño salto, momentáneo, fugaz, disuasorio, diminuto, unos cuantos centímetros. No es suficiente para esquivar el alud. Por eso la ciudad, nos previene de aludes, se regula el tráfico, se ordena con las aceras, se divide y se aísla con las paredes … las dos dimensiones se segmentan y se regularizan y se convierten en seguras. La ciudad, es segura, aunque nuestros pasos sean inseguros.
Cómo de complicado y arduo me sería no obstante, quizás, vivir, tomar decisiones y acometer proyectos, si además de poder caminar sobre la tierra, enganchado a ella, como un mero saliente más de esta que soy ahora, una arruga o una protuberancia que se desliza, si además de ello, volara. ¿Cómo sería cuando aún no hemos aprendido a caminar en paz unos entre otros, en líneas que sencillamente se cortan o se cruzan?
Aprender a moverme en el plano de las dos dimensiones, con un pie al menos siempre a tierra. El cuerpo y el suelo. Para después aprender a moverme en el espacio, en las tres dimensiones, cuerpo, tierra y aire -a saber, aire o consciencia. Y por ahora, hoy por hoy, cada medio y medio paso, otra vez, la pretensión o el sueño de elevarme, la ilusión de volar.
Aire, pies de polen, un paso de baile interrumpido, volar …
Por momentos, solo una posición y unas coordenadas ilusorias, justo por encima de esa valla, que no es más que una raya dibujada en el suelo, del cual no me despego aunque creo que vuelo, y al que sin embargo, me da vértigo mirar ….
“El aire sobre la tierra que pisamos” – diario consciente
– Lucas JM
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