La verdadera belleza, no suele ser tan perceptible a primera vista. Necesita tiempo. Y suele adquirir formas sencillas, humildes, veladas, modestas. Son bellezas cuya naturaleza es el amor, aunque puede ser un amor aun no asimilado ni contactado, sino en forma de una constante búsqueda. Y muchas veces infructuosa. Lo que deviene en frustración, desesperación y tortura por la culpa y el autocastigo consiguiente. Entonces, uno mismo se convierte en su propio reo que ha de pagar cada día y cada noche, su propio rescate. El precio está continuamente por decidir, es una incertidumbre que consume todo lo que se le acerca. Es el secuestrador y el reo en un mismo papel, en un callejón sin salida. Es Cenicienta en el callejón V, acorralada, sin disimulos, palpitante, ardiente. Consagrada.

Cenicienta en el callejón V

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Capítulo XIV

No tardó mucho en pedírmelo:

“-¿Me puedo sentar encima tuya, sobre tus piernas? No es por nada de sexo, de verdad”

Creí que me tomaba el pelo con esa aclaración tan ostensible y por ser tan explícita. Pero toda la bondad y la inocencia del mundo se conjuraron en sus palabras y en su voz, así que accedí dócil e impávido, con una sonrisa:

“-Lo que tú quieras, Estrella”.

Y se encaramó a mis piernas para sentarse a horcajadas sobre mis rodillas mirando hacia mí. Sus brazos permanecieron caídos unos segundos mientras se quedó con la espalda recta mirándome como comprobando si la nueva mesilla hacía juego con el cabecero de la cama.  Hasta armarse de confianza para inclinarse y caer como una pluma sobre mis hombros.

Yo permanecí con mis brazos extendidos sobre el respaldo del banco, con la espalda ligeramente inclinada sin tocar completamente la superficie de éste y mirando de soslayo a un lado y a otro con calma aparentando algo de indiferencia. Ni siquiera me quité las gafas de sol, mostrándome impasible e intentando no propiciar nada, solo complacerla pero sin llegar a corresponder ni a provocar nada. Fue entonces cuando me pidió permiso para darme un beso:

“-Pero no es por sexo, eh!”.

Accedí otra vez, decidí de nuevo y de forma automática complacerla pero sin colaborar. Sentía que le debía algo, aunque sentía también que no era una deuda contraída por mí, si no heredada. Heredada de mis ancestros. Y que tampoco era ella realmente la acreedora única de dicha deuda, si no que era la depositaria  de todas las generaciones de personas que formaron parte de su árbol genealógico más directo quien me pedía ese, quizás, terapéutico beso.

Todo aquello me abrumaba. Todo estaba sucediendo demasiado deprisa para mí. Comenzó de manera espontánea, sin ningún tipo de preámbulo tácito o explícito, a darme besos muy delicados en el cuello.  Era como si unas frágiles mariposas se posaran en él, y yo me sentía  violento. Estaba bloqueado en un callejón emocional sin salida, probablemente en el mismo que ella pero en el extremo contrario. En algún punto medio de este callejón, debimos haber perdido ambos la vía de escape propiciatoria.

De pronto, cogió impulso y se echó hacia atrás de un golpe y con una amplia carcajada me dijo:

“-Nunca había conocido a alguien tan frío como tu, eres mi Clint Eastwood!”.

Me ofendió que dijera eso, algo así como un tenedor con las puntas dobladas testeó la superficie de mis órganos vitales internos. Pero rápidamente comprendí que lo que quería decir en realidad era que nunca se había topado con alguien que mantuviera tanto el control como yo. Mis manos seguían en su sitio, me sentía como un dummy reutilizado ya en múltiples accidentes. Traté de explicarle y creo que comprendió, que yo también, aunque parecía aparentemente feliz, tenía heridas aún lacerantes y frescas, duelos que completar y cerrar.

¿Y qué coño significaba eso de aparentemente? 
¿Acaso no invalidaba de raíz ese “feliz” y lo convertía en un trampantojo sin más solución de continuidad?

Capítulo XV

Tras una pequeña ración de besos y arrumacos, siempre a su ritmo y dosificada por ella, se me hizo tarde y propuse incorporarnos de nuestro asiento. Me dio un sentido abrazo:

“-Me quedaría así toda la tarde” –dijo con ternura-
“-Lo siento, Estrella, he de marchar ya, tengo que preparar el viaje”.

Simplemente dije eso para no comprometer mi complicidad o falta de ella teniendo que mostrar acuerdo o desacuerdo.

Nos separamos y no habían pasado ni quince segundos cuando me llamó de nuevo al móvil:

“-¿No te puedes quedar un poco más? Anda, solo un ratito ….”  
“-Lo siento Estrella, es tarde, de verdad, aún no he preparado nada del equipaje, nos vemos a la vuelta”.

Esta vez manifesté un poco de fastidio por no poder quedarme, pero lo cierto es que ella esperaba de mí mucho más que eso, mucho más de lo que tenía y había mostrado y apostado hasta ese momento. Esperaba quizás cosas que yo aún ignoraba que tenía. Me sentía perdido, perplejo, todo iba muy deprisa y se me quedaban cosas atrás, cosas importantes de las cuales aún no podía prescindir tan fácilmente.

Volví la cabeza a los 5 minutos y vi a lo lejos como desaparecía sonámbula por el puente. Como una sombra, aplastada, descalza y muda, rumbo a la estación de autobuses. Me pareció que no había nadie más en él, pero eso no era posible, eran aún las seis de la tarde, aunque sus zapatos de cristal, ya los había perdido.

Capítulo XVI

El viernes estábamos camino de Cádiz. Sara, con la que estos días había vuelto a contactar y a quedar varias veces, se acordó de mí y me escribió al móvil:

“¡¡Ey!! pásatelo muy bien por ahí, guapo, disfruta de la playa. Un beso muy grande, Lucas”

No siempre Sara me plantaba un beso en sus sms, era reservada y cauta, pero esta vez sí. Fue algo de lo que no me percaté en su momento, pero no le di más vueltas, aunque algún significado tenía como se demostró más adelante. Es difícil descubrir y explicar ahora al igual que entonces, qué es lo que nos reunió de nuevo tras nuestra ruptura hacía año y medio, pero en aquellos días no pensaba mucho en ello y tampoco se me había activado aún dentro de mí ninguna señal apreciable, ni la química del amor ni la de advertencia de “salto al vacío”. Hay asuntos con respecto a los cuales es totalmente inútil e ingrato especular y echar quinielas, así que, le respondí ajustándome al tono y al contenido de su mensaje y volví a hacer reset. Esta vez, fue muy fácil.

Desconecté de todos y de todo, pero al día siguiente, cuando volví de la playa y regresamos al chalet, encendí el móvil y leí uno de los sms nuevos de  mi teléfono:

 Soy estrella, te llamo a mala hora, pero se que seguramente no encuentre otra. Sólo quería decirte que esta mañana estaba desayunando en Sevilla y cuando me di cuenta, el bar se llamaba Rayuela, me acordé de ti … y también de la vergüenza del día del río, te pido otra vez perdón, un saludo de corazón

El mensaje lo escribió a las 15:13 y yo lo vi a las 16:00. Me pareció mala hora para llamar, estaría durmiendo la siesta, así que le respondí con otro sms:

“No te preocupes Estrella, no tienes nada de que disculparte ni avergonzarte. Disfruta de este Sol maravilloso, el lunes hablamos, un beso grande”. 

Y el silencio que me envolvió al terminar de leer, fue más profundo y denso que el de las conchas que traíamos del mar.

 

“Cenicienta en el callejón V”
Lucas J M

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