La verdadera belleza, no suele ser tan perceptible a primera vista. Necesita tiempo. Y suele adquirir formas sencillas, humildes, veladas, modestas. Son bellezas cuya naturaleza es el amor, aunque puede ser un amor aun no asimilado ni contactado, sino en forma de una constante búsqueda. Y muchas veces infructuosa. Lo que deviene en frustración, desesperación y tortura por la culpa y el autocastigo consiguiente. Entonces, uno mismo se convierte en su propio reo que ha de pagar cada día y cada noche, su propio rescate. El precio está continuamente por decidir, es una incertidumbre que consume todo lo que se le acerca. Es el secuestrador y el reo en un mismo papel, en un callejón sin salida. Es Cenicienta en el callejón iV, acorralada, sin disimulos, palpitante, ardiente. Consagrada.

Cenicienta en el callejón IV

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Capítulo X

Llegó un jueves por la mañana de la última semana en que la vi. Quedamos para desayunar de nuevo. Yo acudí bastante acelerado porque tenía mucho trabajo acumulado y estaba algo estresado por un montón de asuntos pendientes de cerrar antes de comenzar las vacaciones. Así que estuve un poco ausente y distraído, como si estuviera en una cancha de tenis pero pendiente tan sólo del paso de la bola por el centro, por la red. El tiempo se me hizo un poco pesado al principio, por mi impaciencia, quizás porque tardaron mucho en servirnos.

A pesar de la demora del camarero, Estrella estaba realmente tranquila, con la atención puesta en su taza de café bebiendo a sorbos pequeños como si tratara de sopesar el trasunto de la propia vida, o como el niño que por vez primera, por fin es capaz de repetir de manera confiada esa tarea que tanto le costó dominar. Manejaba los cubiertos y la tostada como si tuviera una pequeña flor en la mesa de operaciones, como si no quisiera hacer daño a un ser que sufre y como si el tiempo no fuera más que una mera pose accidental del reloj y que nada tenía que ver con ella. Hablaba poco, musitaba ideas sueltas, inconexas, hablando bajito y con una cadencia calamitosa, como un adagio.

Casi no nos dio para hablar de nada y lo peor de todo es que a la salida, me despedí casi sin hacerle caso. Apareció una antigua amiga de hace mucho tiempo y acaparó mi atención, no porque en ese momento la mereciera más que Estrella, sí no porque mi amiga era y es muy acaparadora.

Capítulo XI

A la vuelta, nada más regresar a la oficina y ocupar mi asiento, y para mi sorpresa, me llamó por teléfono de nuevo. Yo seguía ausente, sí,  otra vez. Porque mi vieja amiga me había contado lo mal que lo estaba pasando por un cáncer que le acababan de detectar a su padre. El cáncer siempre me da que pensar, lo tuve que mirar de frente hace tiempo y me tuve que doblar ante él. Estrella lo notó y esta vez me lo dijo. Pensó que era por ella, por la frecuencia de sus llamadas o mensajes, y yo traté de hacerle ver sin entrar en detalles, que yo también tenía otras preocupaciones, que no se lo tomara como algo personal, que si me notaba así no tenía nada que ver con ella.

Me invitó a comer porque quería contarme algo y al principio dudé en mi respuesta. Pero le dije finalmente que no. Me sentí abrumado y decliné con una excusa banal.

“-Vale, venga, hasta mañana entonces …. “ -dijo ella.

Y sonó a través del altavoz como si se hundiera una isla.

Le dije que tenía que colgar, que estaba muy liado, toda la banda sobrehumana de Sevilla al completo estaba acosándome, no dejaban de pedirme informes, documentos, etc, y estaba sólo, porque mi compañero, Manu, había marchado ya de vacaciones.

Después de colgar y pasados unos minutos, tras metabolizar la sopa de tristeza que rezumaban sus palabras y calmarme un poco, deshice otro compromiso que me costó una pequeña bronca. Y la volví  a llamar:

“Venga, Estrella, a donde me vas a llevar a comer?”

Se alegró, se echó a reír, estaba emocionada y no dudó en mostrarlo (me gustó ese detalle de niña pequeña, mi corazón supo identificarlo) y me pidió que eligiera yo.

“Mira, como salimos a las tres y es tarde, vamos por aquí cerca”

 Fuimos a Galileo, un sitio sin nada especial, pero es agradable, comida Italiana de mentira y una pequeña Roma de juguete bajo el suelo de cristal del comedor.

 Capítulo XII

Yo pedí pasta y ella pescado. Mientras comía, fue la primera vez que percibí estando con ella que una parte suya ya no quería vivir en esta tierra, que ya no estaba aquí. Se supone que quería comer conmigo para contarme algo importante. Pero –al menos desde mi punto de vistano hablamos de ningún asunto “bomba”, de ningún Armagedón. Salvo sobre algunos  problemas de entendimiento y comunicación con su madre, algún dilema sobre si lanzarse a vivir sola, sobre la conveniencia de seguir viviendo en el útero enquistado en que se había convertido la casa de sus padres. Pensaba en mudarse a vivir sola a Mérida, pero tenía miedo. Eran pensamientos contados de manera inconexa, momentos, ideas y una ensalada de emociones sin aliñar, pero parecía que nada tenía importancia, que en realidad, nada merecía la pena.

Al final, mientras apuraba el último tenedor el cual se me hizo eterno, con la cabeza ligeramente inclinada hacia abajo y a un lado, esbozó una lacónica sonrisa, pero indescifrable, quizás porque bajó sus párpados para que no viera  a través de sus ojos, y masculló una frase vaga e incompleta.

… Bueno…y otra cosa, pero que no te voy a contar, porque es muy fuerte …”.

Si no me asusté más, fue porque estas últimas palabras casi ni sonaron y por un momento, creí haberlas imaginado. Fue como si las hubiera leído en la etiqueta del  mantel.

 

Capítulo XIII

Cuando terminamos de comer, Estrella fue al baño. Yo me desesperé un poco porque tardó demasiado en bajar y me preocupó. El local estaba casi vacío, no había nada nuevo ya para mí por descubrir allí y necesitaba algo más que la etiqueta de la botella de vino para leer y distraerme.

Además, tenía poco tiempo, ya que al día siguiente y aprovechando el fin de semana, me iba unos días a la playa con los amigos y aún no había preparado nada. Nunca había estado en Cádiz salvo de pequeño y me hacía mucha ilusión por todo lo bueno que siempre me habían contado de sus playas y sus gentes.  

Pero le propuse tomar un café, porque aun esperaba que me contara algo. Yo sé lo que es que las palabras no salgan y que se pudran como hojas secas en tu estómago sin posibilidad de remisión alguna. Yo sé que a veces hay que soltar lastre como sea.

Estrella prefirió ir a dar un paseo al río, y el río es mi debilidad, así que accedí con gusto. Me sentía más que lleno y pesado por la comida y me venía también bien caminar un poco. Tras un breve paseo, nos sentamos cerca del embarcadero, en la parte que más le gustaba, un pasillo sombrío que dejaba en medio las dos hileras de chopos, en un banco muy cerca del puente.

Hacía calor, pero el cielo, de un azul rabioso y límpido, era el falso espejo en el que a los dos nos apetecía disolvernos.

 

♥ Próximas entregas ♥
Julio –  lunes 27, jueves 30

 

La verdadera belleza, no suele ser tan perceptible a primera vista. Necesita tiempo. Y suele adquirir formas sencillas, humildes, veladas, modestas. Son bellezas cuya naturaleza es el amor, aunque puede ser un amor aun no asimilado ni contactado, sino en forma de una constante búsqueda. Y muchas veces infructuosa. Lo que deviene en frustración, desesperación y tortura por la culpa y el autocastigo consiguiente. Entonces, uno mismo se convierte en su propio reo que ha de pagar cada día y cada noche, su propio rescate. El precio está continuamente por decidir, es una incertidumbre que consume todo lo que se le acerca. Es el secuestrador y el reo en un mismo papel, en un callejón sin salida. Es Cenicienta en el callejón III, acorralada, sin disimulos, palpitante, ardiente. Consagrada.

Cenicienta en el callejón III

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Capítulo VI

A la mañana siguiente, no la llamé, pero casualmente la vi al otro lado de la calle. Iba caminando risueña por la acera cuando regresaba de desayunar con sus compañeros de trabajo. Me llamó la atención su vitalidad, saludándome efusivamente con la mano. Parecía feliz de verme, yo también de verla a ellaaunque me sentía también contrariado– No obstante, al principio no la reconocí, con sus gafas de sol y con el pelo suelto; me pareció más atractiva y seductora si cabe. Y yo con mis neuronas, a diferencia de la noche anterior, a pleno rendimiento y más consciente de la cuenta.

Como no tuvimos oportunidad de nada más –íbamos con prisas– la llamé luego al llegar a la oficina. Hablamos de cualquier cosa, era todo un batiburrillo de fraseos en un tanteo desordenado y precariamente ensamblado. Tampoco era el lugar ni el momento más apropiado para conversar y por añadidura, estábamos aun reconociendo el terreno tras el ligero movimiento sísmico dentro de nosotros y que se originó la noche anterior.  Finalmente quedé en volver a llamarla de nuevo para concretar y organizar un encuentro.

A la noche, recibí el primer sms suyo:

“ -¿Puedo preguntarte por qué anoche no intentaste nada conmigo, sino que fui yo quien te pidió un besito?”

La respuesta para mí era francamente sencilla y así se lo hice saber, lo cual creo que la tranquilizó:

-Estrella, no es transcendente si eres tú o yo quien inicia un beso, fue casualidad, podría haber sido yo. No le des más vueltas.  No tiene importancia. A veces esos besos sin futuro son lo único que tenemos, hay que aprovecharlos y apurarlos hasta el fondo, hasta el final, con todos los sentidos puestos en ellos como si fuera el último o lo único que nos queda; y ya está.

Capítulo VII

Después de ese día, me llamó en varias ocasiones más por teléfono. Y quedamos alguna vez para tomar algo. Una de esas veces, nos juntamos ella, su amiga Inma –a la que yo no conocía de nada– y yo. Noté a Estrella especialmente cansada, mustia, con el abatimiento de la mariposa de la seda que ha puesto ya todos sus huevos y no tiene ya fuerza ni propósito para más. Tenía un color muy pálido, amarillento, desnutrido, ojeras descomunales y hundidas, como si algo o alguien tratara de arrastrarla hacia adentro de un abismo de proporciones dantescas y hubiera empezado por sus ojos y estos se resistieran.

Estuve poco tiempo porque quería ir a nadar y antes debía acudir a otra cita a arreglar un asunto pendiente. Creo que Estrella esperaba que al marchar Inma me quedara un rato más, a solas con ella como es natural. Así que, noté que se desplomó cuando dije:

“-Lo siento, tengo que marcharme ya, Estrella”,

Porque captó la contundencia y la severidad de mis palabras. Sí, me sentí mal, como si la estuviera traicionando, como si le diera gato por liebre. Pero un rato extra de intimidad en esos momentos me asustaba.

Por un momento, dudé de si retractarme o no de ellas, de mis palabras, pero venció la inercia del momento inicial.

Estábamos arrinconados y acorralados en un rincón de un pub, amplio, diáfano, pero la noté torturada por las cuatro paredes. Cuatro paredes, soledad cuadrada.

Capítulo VIII

En nuestras conversaciones yo la dejaba que se soltase, que me hablara de cualquier cosa que se le pasara por la cabeza en ese momento. Me contaba por ejemplo sobre su huerto, me hablaba de su casa, de sus padres, de su hermano -por el que tenía verdadera devoción. Me hablaba de las cigüeñas, de los senderos que llevaban al río, de sus viajes. Y me hacía muchas preguntas también.

Creo que buscaba con éstas, una reconciliación con la idea propia que tenía del amor. Pero tenía que hacerlo fuera de ella misma, en un eterno armisticio sin fecha de vencimiento e  interrogando a quien se le pusiese por delante y en quien pudiera confiar mínimamente. Porque hasta ahora, solo tenía eso, ideas y convicciones que había construido su imaginación y forjado en el pozo ciego de los sueños precocinados y no colmados. Y todo ello a su vez, en connivencia con esos deseos que como un puñado de lluvia, se le escapaba por entre los dedos a una velocidad de vértigo. Sueños derramados, sueños rotos.

Pero yo era bastante duro a veces con ella y mis respuestas no le daban el anhelado azúcar. Combatía su romanticismo y su ingenuidad articulando unas frases implacables y lapidarias que se me habían grabado a fuego por tanto desengaño a lo largo de mi vida, pero en las que en realidad no creía mucho. Podría haberla complacido un poco, podría haber sido más transigente y generoso, haberle dicho alguna cosa que quisiera oír. Yo sabía todo lo que quería oír, pero para ella las cosas eran verdad o no lo eran, y yo pensaba simplemente, que las cosas eran posibles o no lo eran, y en aquel momento eran imposibles para mí.

Capítulo IX

Muchas veces, antes de llamarme, me enviaba un sms para pedirme permiso. No quería molestar.

“Me apetece hablar, ¿te puedo llamar?”

Recuerdo uno así que recibí la noche de la final de la Eurocopa, con la nueva y flamante selección Española. A mí, que me da tres leches el futbol, decidí ese día hacerme el tonto y ver el partido. Bueno, fue un buen rato en casa en compañía de mi padre. Y pese a mi ignorancia –no sabía que puñetas era eso de unfuera de juego” – la manera de mover la pelota me resultó fascinante y divertida. Me pareció curioso como el azar o no, pudo haber reunido de manera tan inteligente a un grupo para cooperar de forma tan eficiente y bella. Una auténtica orquesta armónica bien engrasada y calibrada. Me enganchó, disfruté de la estética y la exhibición de habilidades individuales y de equipo –aun sin comprender nada de las  técnicas de persecución fratricida de objetos esféricos. Me emocioné también.

Hablamos poco tiempo. Esta vez, ni si quiera ella sabía que decir y aunque no estaba muy segura de qué era lo que se estaba cociendo en su interior, al parecer, le era suficiente con escuchar mi voz unos minutos para poder soltar presión. La auténtica presencia, se reconoce precisamente porque no necesita imagen, voz, olor … se sabe que está ahí, que es. Nada más. Y entonces, es cuando sabes que has encontrado a alguien especial. Especial para ti, quiero decir, no es mérito de nadie. Son las conexiones de la vida, que nada tienen sin embargo de casual. Todo es causalidad.

Salí a la plaza como hizo media ciudad, con mis amigos, Javi, Lara y Vivi. Pero no me mojé en la fuente, no aporree ninguna silla, ni canté el himno, ni salté. Tengo otras formas de retornar a la infancia. Así que me limité a observar. Me preguntaba por qué no lograba nunca reunirse tanta gente así de manera espontánea para pedir algo bueno, algo que durara y que sirviera para algo también una vez que nos hubiéramos ido a casa a dormir.

La victoria de España ya era historia justo al momento de producirse, y no nos sacaría de la crisis que se estaba cocinando entre los bastidores de los bancos y las inmobiliarias.

Cenicienta en el callejón III
– Lucas J M

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