La verdadera belleza, no suele ser tan perceptible a primera vista. Necesita tiempo. Y suele adquirir formas sencillas, humildes, veladas, modestas. Son bellezas cuya naturaleza es el amor, aunque puede ser un amor aun no asimilado ni contactado, sino en forma de una constante búsqueda. Y muchas veces infructuosa. Lo que deviene en frustración, desesperación y tortura por la culpa y el autocastigo consiguiente. Entonces, uno mismo se convierte en su propio reo que ha de pagar cada día y cada noche, su propio rescate. El precio está continuamente por decidir, es una incertidumbre que consume todo lo que se le acerca. Es el secuestrador y el reo en un mismo papel, en un callejón sin salida. Es Cenicienta en el callejón III, acorralada, sin disimulos, palpitante, ardiente. Consagrada.
Cenicienta en el callejón III
Capítulo VI
A la mañana siguiente, no la llamé, pero casualmente la vi al otro lado de la calle. Iba caminando risueña por la acera cuando regresaba de desayunar con sus compañeros de trabajo. Me llamó la atención su vitalidad, saludándome efusivamente con la mano. Parecía feliz de verme, yo también de verla a ella –aunque me sentía también contrariado– No obstante, al principio no la reconocí, con sus gafas de sol y con el pelo suelto; me pareció más atractiva y seductora si cabe. Y yo con mis neuronas, a diferencia de la noche anterior, a pleno rendimiento y más consciente de la cuenta.
Como no tuvimos oportunidad de nada más –íbamos con prisas– la llamé luego al llegar a la oficina. Hablamos de cualquier cosa, era todo un batiburrillo de fraseos en un tanteo desordenado y precariamente ensamblado. Tampoco era el lugar ni el momento más apropiado para conversar y por añadidura, estábamos aun reconociendo el terreno tras el ligero movimiento sísmico dentro de nosotros y que se originó la noche anterior. Finalmente quedé en volver a llamarla de nuevo para concretar y organizar un encuentro.
A la noche, recibí el primer sms suyo:
“ -¿Puedo preguntarte por qué anoche no intentaste nada conmigo, sino que fui yo quien te pidió un besito?”
La respuesta para mí era francamente sencilla y así se lo hice saber, lo cual creo que la tranquilizó:
-Estrella, no es transcendente si eres tú o yo quien inicia un beso, fue casualidad, podría haber sido yo. No le des más vueltas. No tiene importancia. A veces esos besos sin futuro son lo único que tenemos, hay que aprovecharlos y apurarlos hasta el fondo, hasta el final, con todos los sentidos puestos en ellos como si fuera el último o lo único que nos queda; y ya está.
Capítulo VII
Después de ese día, me llamó en varias ocasiones más por teléfono. Y quedamos alguna vez para tomar algo. Una de esas veces, nos juntamos ella, su amiga Inma –a la que yo no conocía de nada– y yo. Noté a Estrella especialmente cansada, mustia, con el abatimiento de la mariposa de la seda que ha puesto ya todos sus huevos y no tiene ya fuerza ni propósito para más. Tenía un color muy pálido, amarillento, desnutrido, ojeras descomunales y hundidas, como si algo o alguien tratara de arrastrarla hacia adentro de un abismo de proporciones dantescas y hubiera empezado por sus ojos y estos se resistieran.
Estuve poco tiempo porque quería ir a nadar y antes debía acudir a otra cita a arreglar un asunto pendiente. Creo que Estrella esperaba que al marchar Inma me quedara un rato más, a solas con ella como es natural. Así que, noté que se desplomó cuando dije:
“-Lo siento, tengo que marcharme ya, Estrella”,
Porque captó la contundencia y la severidad de mis palabras. Sí, me sentí mal, como si la estuviera traicionando, como si le diera gato por liebre. Pero un rato extra de intimidad en esos momentos me asustaba.
Por un momento, dudé de si retractarme o no de ellas, de mis palabras, pero venció la inercia del momento inicial.
Estábamos arrinconados y acorralados en un rincón de un pub, amplio, diáfano, pero la noté torturada por las cuatro paredes. Cuatro paredes, soledad cuadrada.
Capítulo VIII
En nuestras conversaciones yo la dejaba que se soltase, que me hablara de cualquier cosa que se le pasara por la cabeza en ese momento. Me contaba por ejemplo sobre su huerto, me hablaba de su casa, de sus padres, de su hermano -por el que tenía verdadera devoción. Me hablaba de las cigüeñas, de los senderos que llevaban al río, de sus viajes. Y me hacía muchas preguntas también.
Creo que buscaba con éstas, una reconciliación con la idea propia que tenía del amor. Pero tenía que hacerlo fuera de ella misma, en un eterno armisticio sin fecha de vencimiento e interrogando a quien se le pusiese por delante y en quien pudiera confiar mínimamente. Porque hasta ahora, solo tenía eso, ideas y convicciones que había construido su imaginación y forjado en el pozo ciego de los sueños precocinados y no colmados. Y todo ello a su vez, en connivencia con esos deseos que como un puñado de lluvia, se le escapaba por entre los dedos a una velocidad de vértigo. Sueños derramados, sueños rotos.
Pero yo era bastante duro a veces con ella y mis respuestas no le daban el anhelado azúcar. Combatía su romanticismo y su ingenuidad articulando unas frases implacables y lapidarias que se me habían grabado a fuego por tanto desengaño a lo largo de mi vida, pero en las que en realidad no creía mucho. Podría haberla complacido un poco, podría haber sido más transigente y generoso, haberle dicho alguna cosa que quisiera oír. Yo sabía todo lo que quería oír, pero para ella las cosas eran verdad o no lo eran, y yo pensaba simplemente, que las cosas eran posibles o no lo eran, y en aquel momento eran imposibles para mí.
Capítulo IX
Muchas veces, antes de llamarme, me enviaba un sms para pedirme permiso. No quería molestar.
“Me apetece hablar, ¿te puedo llamar?”
Recuerdo uno así que recibí la noche de la final de la Eurocopa, con la nueva y flamante selección Española. A mí, que me da tres leches el futbol, decidí ese día hacerme el tonto y ver el partido. Bueno, fue un buen rato en casa en compañía de mi padre. Y pese a mi ignorancia –no sabía que puñetas era eso de un “fuera de juego” – la manera de mover la pelota me resultó fascinante y divertida. Me pareció curioso como el azar o no, pudo haber reunido de manera tan inteligente a un grupo para cooperar de forma tan eficiente y bella. Una auténtica orquesta armónica bien engrasada y calibrada. Me enganchó, disfruté de la estética y la exhibición de habilidades individuales y de equipo –aun sin comprender nada de las técnicas de persecución fratricida de objetos esféricos. Me emocioné también.
Hablamos poco tiempo. Esta vez, ni si quiera ella sabía que decir y aunque no estaba muy segura de qué era lo que se estaba cociendo en su interior, al parecer, le era suficiente con escuchar mi voz unos minutos para poder soltar presión. La auténtica presencia, se reconoce precisamente porque no necesita imagen, voz, olor … se sabe que está ahí, que es. Nada más. Y entonces, es cuando sabes que has encontrado a alguien especial. Especial para ti, quiero decir, no es mérito de nadie. Son las conexiones de la vida, que nada tienen sin embargo de casual. Todo es causalidad.
Salí a la plaza como hizo media ciudad, con mis amigos, Javi, Lara y Vivi. Pero no me mojé en la fuente, no aporree ninguna silla, ni canté el himno, ni salté. Tengo otras formas de retornar a la infancia. Así que me limité a observar. Me preguntaba por qué no lograba nunca reunirse tanta gente así de manera espontánea para pedir algo bueno, algo que durara y que sirviera para algo también una vez que nos hubiéramos ido a casa a dormir.
La victoria de España ya era historia justo al momento de producirse, y no nos sacaría de la crisis que se estaba cocinando entre los bastidores de los bancos y las inmobiliarias.
“Cenicienta en el callejón III“
– Lucas J M
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Y yo me pregunto…por q a veces nos cuesta tanto decir cosas bonitas?cosas q a la gente le gusta oír??:)
Hola, Marta,
Puede ser, porque no siempre tenemos esas palabras. O puede que las tengamos pero que estén sometidas a nuestros propios miedos, verguenzas, etc. Traumas en general. Con el tiempo, si logramos ciertos niveles de consciencia, podemos cambiar eso, y conseguir ser auténticos, expresando en cada momento lo que necesitamos expresar, alineado con lo que sentimos. La juventud, implica a veces estás cosas, que “aun no se sabe” ….
Gracias por acompañar a Cenicienta, y por tus palabras exponiendo tus dudas y tus “preocupaciones”
Un abrazo grande ()
Esta entrega me ha gustado más que las anteriores, transmites muy bien las sensaciones de ambos, es difícil cuando uno quiere una cosa y otro otra, lo mejor es ser sinceros, o es un sí o es un no.
Hola Marta! Yo creo que el protagonista no le dice cosas bonitas a Estrella porque no las siente. Cuando sientes algo de verdad, es imposible no compartirlo con el otro y más, cuando la otra parte está siendo tan cariñosa y sincera ?. Me da pena Cenicienta, ojalá se dé cuenta de que está perdiendo el tiempo y “pase palabra” pronto! ?
Es probable, que el tiempo lo estén perdiendo los dos y no lo sepan. Mañana, sabrás realmente que pasa por dentro de Cenicienta. Quizás no tanto dentro de la otra persona, porque la protagonista es ella, es la homenajeada. A veces, una persona siente pero no sabe expresar, por bloqueos, por emociones no reconocidas porque cuando fué un niño, no le enseñaron a acunarla y a contenerla. Un mismo hecho, puede venir de dos “lugares distintos”, con la misma expresión. Imagínate, vi una vez un kamikace al cual la gente le gritaba desde la gasolinera: “borracho, borracho, donde vas!!!”. Yo conocía a ese señor. Acababa de salir de un turno de 48 seguidas en urgencias médicas del hospital. Se equivocó de carril por el sueño … y era una persona muy trabajadora y responsable, no un borracho. Juzgar es fácil.
“En mi primera infancia mi padre me dio un consejo que, desde entonces, no ha cesado de darme vueltas por la cabeza:
♡ ‘Cada vez que te sientas inclinado a #criticar a alguien –me dijo– ten presente que no todo el mundo ha tenido tus oportunidades’ ♡
? “El gran Gatsby” – F. Scott Fitzgerald
Un abrazo grande, gracias por acompañar a Estrella. Lo merece
No estoy criticando a nadie, Lucas, pero cada uno es dueño de la percepción de su realidad. Todos hemos recibido educaciones distintas, es cierto, por ejemplo a mí me enseñaron a no dar consejos cuando no me los están pidiendo, pero entiendo el ego ( yo también lo tengo y lo saco cuando quiero 🙂 Entiendo que este relato es un homenaje a Cenicienta, porque realmente se lo merece, no está bien causar dolor al otro (y no es un consejo, ni una cr´tica, es simplemente mi opinión al respecto). Hay muchos momentos en los que Lucas (el prota) desprecia a Estrella, y él lo sabe, copio y pego uno de ellos (para que nadie se lo tome como una crítica)
“Muchas veces, antes de llamarme, me enviaba un sms para pedirme permiso. No quería molestar. (ERROR, por cierto!- esto lo añado yo!)
“Me apetece hablar, ¿te puedo llamar?”
Recuerdo uno así que recibí la noche de la final de la Eurocopa, con la nueva y flamante selección Española. A mí, que me da tres leches el fútbol, decidí ese día hacerme el tonto y ver el partido.
¿Hola? ¿Really? te la sopla el fútbol y te haces el tonto con alguien con quien ya has tenido una “intimidad” y te dice que le apetece hablar contigo? ¿Cómo no me va a remover como mujer este tipo de actitudes a alguien de mi género y quiera condenarlas? Entiendo que queráis que sigan existiendo Cenicientas, para sentiros como príncipes, pero ¿no es hora de que lo hagáis sin necesidad de nosotras? ¿No es hora ya, de que os hagáis responsables de vuestros “traumas y bloqueos que arrastráis desde la infancia (son muy pesados con esto) y que lo utilizáis como excusa para justificar vuestras actitudes “caiga quien caiga”? Tanto empoderamiento de la mujer… y vosotros para cuándo? Para cuándo un compañero al mismo nivel de crecimiento/trabajo personal, consciencia, o como queráis llamarlo? ¿No será mejor que os pongáis las pilas y dejéis de alimentar el estereotipo de la Cenicienta? Evolucionemos juntos, de tú a tú, creo que ahí radica el éxito.
Un abrazo grande y ojalá que Estrella haya aprendido que más que él, ella era el tesoro en esta historia. Gracias!
Gracias, Sonia por acompañar a Cenicienta!
Un abrazo grande