La luz, meliflua, al impactar inexorablemente sobre la superficie inerte y material de los cuerpos, vivos o no, nos revela su realidad deslavazada y primera, presencial, inmediata. Y decora el espacio sonámbulo y mudo sobre el que irrumpe.



La superficie de los cuerpos, pese a sus anfractuosidades, agradecidas o no, al reflejar y devolver de nuevo a la luz las radiaciones que no le son propias por la composición y la alquimia de su superficie, dan cuenta de su forma, de su color, de su temperatura, de su textura, su volumen, de su tamaño. Y se declaran indefectiblemente como objetos tangibles, sensibles y asibles -reales- firmando así, su natural contrato de claridad, aunque no en esencia aún, con el mundo, con los demás seres y objetos, animados o no, que le rodean, contigo, conmigo, exornando el paisaje y animándolo con sus fluctuaciones.

La luz, solo adquiere sentido a través de los cuerpos vivos o no con los que impacta y a los que sencillamente, toca y baña. Y a través de ella, se definen, florecen, concluyen y constatan su existencia y su lugar en este mundo, insinuando lo que encierran y que espera ser descubierto y descifrado. Y excusan así, su primera razón de vida y de ser, la de ser vistos, y ofrecen así, su primera puerta a sí mismos, para decirnos al menos, como la rúbrica de un destello vital y primigenio:   

                               “Aquí estoy, existo creo en ti, por ti, y para ti”

La luz, a su vez, deposita o posibilita en nuestra mente las proyecciones inequívocas y la ilusión de las distancias, la profundidad, la perspectiva, y todo se convierte en alcanzable.

                               “Soy la luz, y soy por ti, en ti y para ti”

El tiempo, se circunscribe también a la luz que le es propia y lo presenta. Así, al tiempo le corresponde a su vez una luz que lo identifica y plasma siempre en un momento único y mágico, irrepetible.

Tiempo y luz, son indisolubles dentro de mí, como lo es la combinación armónica, acompasada, rítmica y agradable a nuestros oídos de los sonidos con el tiempo –es decir, la música-.

Como lo es la furia y el regocijo del mar escenificado en su vaivén y en su danza, en la luz que absorbe y que refleja, en su aroma, en sus contradicciones, en su furia, en su calma, en su lucha mitológica y en el pulso vívido e inconstante que sus olas mantienen con la tierra. Todo esto atestiguan que pese a sus fluctuaciones y sus oscilaciones medidas en cada instante, como las pulsiones humanas, no son por completo ni casuales ni dirigidas, sino que dan cuenta de los anhelos de la vida. Y dan a su vez una respuesta conciliadora, de tranquilidad y de serenidad a nuestras tribulaciones, ofreciendo un remanso de paz desde donde vislumbrar y verificar, que efectivamente, el amor real, como muchos sueños, siempre es posible.


Por eso, estés donde estés, déjate iluminar e ilumina. Entrégate con amor a todo lo que hagas, a tu familia, a tus amigos, a tu trabajo, a tus semejantes. Porque la luz que somos todos es testigo y nada quedará en vano, y en este lugar donde ahora respiramos, en este tiempo o en otro futuro, con la misma luz que vemos cada mañana, alguien te lo agradecerá, y estarás siempre presente en su corazón, en el camino de su amistad. Tú ya formas parte del mío, ya estás sin saberlo en el laberinto de mi corazón, y no te voy a mostrar el camino para salir de él.

 

“Arquitectura de la luz”
– Lucas J M

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